Leamos a Ucrania | Letras Libres

2022-05-13 03:39:56 By : Ms. Kamila Pan

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El jueves 3 de marzo de este año, ante la invasión de Rusia a Ucrania, convocamos a una reunión en la plataforma Space de Twitter para escuchar a poetas ucranianos traducidos al español. “Escuchemos a Ucrania” tuvo una audiencia de casi 400 personas simultáneamente durante la emisión, 4,000 a lo largo del programa y más de 10,000 hasta el día de hoy. Participaron, con sus versiones o las versiones de otros poetas, Aurelio Asiain, María Baranda, Ernesto Hernández Busto, Ana García Bergua, Jacqueline Goldberg, Tanya Huntington, Ernesto Lumbreras, Laura Emilia Pacheco, Pedro Poitevin, María Rivera, Alberto Ruy Sánchez, Karen Villeda y Petronella Zetterlund.

Hemos reunido las versiones que se realizaron específicamente para esta lectura de poesía contra la barbarie, idea de Aurelio Asiain. Damos las gracias a quienes participaron y a nuestros escuchas.

“Escuchemos a Ucrania” puede escucharse aquí.

No se puede cubrir el abismo del mar con un puño de polvo. No se puede apagar un incendio con una pobre gota. Y en una cueva oscura, ¿podrá un águila alzar el vuelo? ¿Podrá volar de aquí a los celestes reinos? Y el espíritu no será saciado por la carne.

El espíritu es un abismo en nosotros más vasto que las aguas y los cielos. No podría saciarte ni en una eternidad aquello que cautiva la visión de tus ojos. De aquí surgen el tedio, la interna quebrazón, de aquí la languidez y la tristeza. De aquí la saciedad que nunca llega. Cada gota hace peor el calor. Al espíritu —sábelo— no lo sacia la carne. ¡Oh raza de la carne! ¡Oh raza de razón! ¿Cuánto tiempo tendrás pesado el corazón? ¡Levántale los párpados! Observa el firmamento. ¿Por qué no tratas de saber a qué se llama Dios? ¿Por qué no intentas comprender para que puedas verlo? El abismo reclama de repente al abismo.

Versión de Aurelio Asiain

Filósofo mendicante, políglota erudito, autor de diálogos socráticos sobre temas bíblicos, Hryhorii (o Grigory) Skovoroda (1722–1794) fue también compositor de música litúrgica y, según Joseph Brodsky, el primer gran poeta eslavo. Escribió en el dialecto ucraniano sloboda de la lengua rusa, pero cruzado de construcciones y términos griegos y latinos, y salpicado de hebreo. Como la de Dante, una lengua que solo existe en su obra. El Jardín de las canciones divinas es una secuencia de treinta poemas metafísicos barrocos que despliegan un tratado teológico y a la vez un catálogo exhaustivo de los metros y formas estróficas de la poesía ukraniana de su tiempo. Cada una de las canciones encierra citas o alusiones de la Biblia, que Skovoroda sabía de memoria en hebreo, griego, latín, eslavo antiguo y otras lenguas. Utilicé la versión inglesa de Michael M. Naydan, revisada por Olha Tytarenko.

Cuando yo muera, déjenme descansar, déjenme yacer en medio de las grandes estepas de Ucrania. Déjenme ver los campos sin fin y las laderas empinadas que tanto atesoro. Déjenme escuchar el rugido enorme del Dnipro. Cuando la sangre de los enemigos de Ucrania fluya en las aguas azules del mar, será cuando yo olvide los campos y las colinas y dejaré todo y rezaré a Dios. Hasta entonces no conoceré a Dios. Así que entiérrenme, levántenme, para romper mis cadenas. Que se riegue la libertad con la sangre de los opresores. Entonces acuérdense de mí, con sutiles susurros y palabras amables en esta gran familia de los recién liberados.

Versión de María Baranda a partir de una versión al inglés de Alexander J. Motyl

Tarás Shevchenko es considerado uno de los fundadores de la literatura moderna de Ucrania. Poeta, pintor y escultor, quedó huérfano de madre y padre muy niño. Su condición social —era un siervo— le impedía ingresar a la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo, sin embargo sus maestros pagaron por su libertad y a los 24 años se convirtió en un hombre libre. En 1896 obtuvo permiso para volver a Ucrania, pero fue arrestado por blasfemia y exiliado de su tierra natal.Su obra literaria abarca tanto la poesía como la prosa.

La capital del mundo, mercado de teorías. En museos y pórticos y callejas sombrías lamentables discípulos de alejandrinos astros pululaban zumbando: poetas, poetastros, con los giros oscuros de las líricas modas para el rey sin cesar tejían vanas odas y alegaban, cedían, alegaban bobadas. Pero en cierto rincón sus voces impostadas sin remedio callaban: la habitación escueta donde el sabio Aristarco, filólogo y esteta, del ruido al porvenir vengaba con esmero, absorto en rescatar las rapsodias de Homero.

Versión de Aurelio Asiain

En Aristarco de Samotracia, el director de la biblioteca de Alejandría a quien se debe la primera edición crítica relevante de los poemas homéricos, el autor se retrata a sí mismo. Mykola Zerov (1890-1937), líder de los neoclasicistas, persistió en su devoción grecolatina, se negó a militar en las filas literarias del stalinismo. En 1935 fue detenido y condenado a diez años de prisión en el exilio, pero un nuevo juicio determinó que lo fusilaran en octubre de 1937. Utilicé las versiones divergentes de Yar Slavutych, C.H. Andrusyshen y Watson Kirkconnell, y diversos diccionarios en línea, para esta versión.

Sobre el espeso soto sin sendero, entre brotes grotescamente hilados, un calmo claro azul se abre en el cielo como un ojo. A través del tenue ocaso,

el zumbido de pinos, cual de Furias, arañazos de linces, el martillo de un viejo pícido. Qué gran fortuna para alguien triste entrar en este sitio.

El translúcido aspecto de la calma, donde a través del denso cambio, a veces pequeñas nubes hilan plata y humo.

Arte, así tú, entre tempestades varias, brillas por los pesares de la gente, un ojo lúcido en un mar oscuro.

Versión de Pedro Poitevin a partir de una versión al inglés de Michael M. Naydan

Poeta y traductor ucraniano, Rylsky fue asiduo al soneto y al poema narrativo y trabajó como profesor de filología durante muchos años. Desde 1944 hasta el final de su vida fue director del Instituto de Bellas Artes, Folclore y Etnografía de la Academia de Ciencias de su país.

Vivieran donde vivieran, soñaban ese sueño: la casera invisible cuya voz aceleraba el aire con una llama oscura de palabras que saben desde siempre y siempre han de saber: “¡Nadie los quiere aquí! ¡Váyanse!”

Y cuando construyeron una mansión y la amueblaron con arte Con amor y con música, con las flores autóctonas, Siempre ocurrió, siempre lo mismo, El salón se angostaba en una tumba, Y la voz de un sirviente, o de un candelabro, “Nada tienen que hacer aquí”.

Y cuando se marchaban a una isla remota para volverse el ídolo De las tribus indígenas Y eran acariciados, admirados y cobijados… entonces ¿Qué voz los condenó? Que llegó cuando asumieron las guirnaldas, esa voz que sabían, Diciendo: “Esto no es para ti, todo esto es falso”.

Y los domingos en los parques con las niñeras, los amantes, las flores, Y las bandas tocando y las fuentes elevándose En horas líquidas de plata, ¿De quién era el enemigo? ¿De quién era la culpa? Si de repente las sombras observadoras arrancan Y gritan “¡Váyanse! Váyanse!”

Ahora han elegido el exilio, han encontrado una casa aislada En la ciudad más pequeña, en el refugio más tranquilo, Y sólo hablan con los heridos, los perseguidos, los cojos, Largas tardes, mañanas más largas, los más largos mediodías, Y esperan a que suene la campana, a que aparezca la casera. ¿Aquí también los buscan?

Versión de Aurelio Asiain

Marya Alexandrovna Zaturenska emigró con sus padres a Nueva York a los 8 años. Abandonó la escuela pública a los 14, pero escribió poesía mientras trabajaba durante el día en librerías, como redactora de artículos de prensa y como costurera en una fábrica, y al cabo se graduó en una escuela de biblioteconomía. Su primer libro obtuvo inmediato reconocimiento y recibió numerosos premios por los ocho que publicó, entre ellos el Pulitzer, pero hoy es difícil encontrar alguno. “The Castaways” fue un poema muy apreciado por W. H. Auden.

Fosa de arcilla verde, hueco de óxido, barranco de basura putrefacta. Un ominoso viento en los pulmones de las tierras baldías oxidadas.

No palidezcas y no tiembles; quédate, firme como ante el juez o el pelotón. No hay maldición bastante a su maldad. No hay insulto capaz de su abyección.

Sólo un barranco abrupto, flor de caos. Tiemblan las ramas de dos blancos álamos. Pero aquí entre los muertos no hay silencio: hay cien mil corazones que se quejan.

Hay ceniza plateada de los huesos. Hay un cráneo en pedazos agrietados.

Los muros del barranco caen al fondo donde una trenza delicada brilla que aún no fue tragada por el fango.

Las gafas destrozadas de un anciano. Un zapato de niño ensangrentado. Y enterrados debajo de los restos, en pedazos también, descabezados, son cien mil los cadáveres humanos.

Aqui silban las lenguas iracundas, aquí corren arroyos de alquitrán y abyectos gambusinos hurgan ropas en busca del botín de los cadáveres.

La nociva humareda, oscura y densa, se eleva por encima del barranco, exhalación de muerte y pesadilla, monstruo que repta sordo por las calles y se cuela callado en los hogares.

Vagaban llamas negras y escarlatas sobre la tierra en el horror pasmada, la luz sangraba en los tejados sucios y en las agujas sucias de Kyiv.

Resguardad en sus casas vio la gente más allá de las cúpulas cirílicas, y de los álamos del cementerio, llamas que chamuscaban carne y sangre.

Una ráfaga trae desde el barranco el hollín de las piras de la muerte el humo del carbón de los cadáveres.

Y Kyiv, roja de ira, mira cómo Babyi Yar es envuelta por las llamas.

Ningún remordimiento apaga el fuego. Nada puede vengar la desmesura. Malditos los que piden el olvido. Malditos los que piden el perdón.

Versión de Aurelio Asiain

Mykola Bazhan fue uno de los grandes poetas ucranianos del siglo XX. Destacó en una vanguardia influida por el futurismo, el constructivismo y el expresionismo, y desarrolló un verso enérgico y sintácticamente complejo, con arcaísmos y neologismos entre imágenes sorprendentes. Durante la Segunda Guerra Mundial, obligado a escribir poesía patriótica y testimonial, debió omitir referencias específicas al Holocausto. Por eso el poema que escribió sobre Babyn Yar no menciona la matanza de más de 33,000 judíos que ocurrió ahí en los últimos días de septiembre de 1941. La cifra de 100,000 es la del total de cadáveres de judíos y no judíos ahí acumulados durante la guerra. Esta versión está hecha sobre cuatro inglesas: las de Roman Turovsky, Amelia Blazer, Peter Tempest y Boris Ralyuk; todas difieren en más de un punto.

Me moriré en París un jueves por la noche. César Vallejo

Olvidamos olores ruidos colores líneas Perdemos el oído la vista y la alegría Alzas la cara y buscas con las manos tu alma Pero vuela muy alto no puedes alcanzarla

Queda una estación una última parada Gira la espuma gris de los adioses, sube Y está lavando ya mis impotentes palmas Me corre por la boca un sucio calor dulce Sólo el amor perdura, mejor no hubiera sido

Lloré en sábanas míseras hasta más no poder Por la ventana vagas lilas de un rojo enfermo Corría el tren qué lánguidos miraban los amantes La estantería sucia que aguantaba tu cuerpo La primavera afuera se asentaba prosaica

No moriremos en París, lo sé de cierto Sino en míseras sábanas sudadas y lloradas Nadie nos servirá nuestro coñac lo sé No habrá besos tampoco que nos salven Ni sombríos anillos bajo el Pont Mirabeau

No es de Dios la amargura de más con que lloramos Amamos en exceso qué vergüenza de amantes Demasiados poemas sin rubor escribimos No podremos morir en París los convoyes Nos vedarán las aguas bajo el Pont Mirabeau

Versión de Aurelio Asiain

Natalka Bilotserkivets, poeta, traductora, ensayista, editora, es una de las poetas más conocidas de Ucrania actualmente. “No moriremos en París” se convirtió en el himno de la generación de jóvenes ucranianos posterior a Chernóbil que ayudó a derrocar a la Unión Soviética. Dos versiones son el puente de esta: la de Michael M. Naydan y la de Dzvinia Orlowsky.

Una navaja para cortar el pan. Una navaja para hacer una flauta. Una navaja para acabar con el cordero herido por el lobo. Tan desnuda, seca y limpia queda la superficie del caldo del día del Señor, que tiembla cuando lo toca el sudor del pescado. Un signo de piedad y de lágrimas. No la toques si no hay buenas señales: es una navaja, es música que mata. No son solo palabras: es poesía sin palabras, donde la hierba lava la cuchilla del cielo.

Versión de Aurelio Asiain

Cuatro versiones inglesas están detrás de esta: las de Olena Jennings, Michael M. Naydan, Andrew Sorokowski, y Virlana Tkacz y Wanda Phipps.

Una definición de la poesía

Sé que voy a morir una muerte difícil… como cualquiera que ama la música precisa de su cuerpo, y sabe forzarlo por los huecos del miedo como por el ojo de la aguja, que baila toda una vida con el cuerpo —cada movimiento de los hombros, la espalda y los muslos brillando con misterio, como un término sánscrito, músculos que juegan bajo la piel como peces en una piscina nocturna. Gracias, Señor, por darnos cuerpos. Cuando muera, di a los techadores que bajen las vigas y el techo (mi bisabuelo, que era brujo, dicen que así se fue). Cuando mi cuerpo se ablande por la humedad, el alma hinchada, oscura y abultada, se tensará como una vena azul en una clara de huevo hervida, y el cuerpo ondulará en espasmos, como la manta que se quita un enfermo porque tiene calor, y el alma se alzará para atravesar la presión de la carne, la maldición de la gravedad… El Cosmos sobre el pozo negro de la habitación chupará su tubo galáctico rompiendo el cielo en una cascada de estrellas, y arrastrará el alma hacia arriba, temblando como una hoja de papel, mi joven alma —del color de la hierba mojada— a la libertad —entonces “¡Detente!” grita, escapando, en la frontera deslumbrante entre dos mundos… Detente, espera. Dios mío. Por fin. Mira, de aquí viene la poesía.

Dedos crispados por el bolígrafo, enfriándose, volviéndose no míos.

Como sea te amé                             te amé                                            te amé y no pasa: se asienta, nada más, en el fondo… Te rompí en mí como una jarra preciosa y mi alma se manchó, como de vino amargo un mantel blanco, Coloreaste mis pensamientos, les diste cuerpo a mis imágenes. y no eres ahora sino ruido, como el mar de una concha en el oído. . . Queda cómo fue todo, pero ¡Dios! ¿a quién le importa eso? Cómo será es lo que importa. Y así lo escribiré.

Versión de Aurelio Asiain

Oksana Zabuzhko es una de las poetas y narradoras más destacadas de Ucrania pero también una de sus intelectuales más prominentes. Estas versiones utilizaron las inglesas de Michael M. Naydan y Askold Melnyczuk.

El océano de Saint-John Perse es intención de líneas oscuras entretejidas en el jeroglífico del nombre del río que fluye hacia el foso de la soledad

el delgado cuerno de la luna se ha cuarteado con las olas para formar agujas color plata, para tomar escamas de peces centelleantes con luz dolorosa que semeja el brillo del papel de estaño

las hojas del otoño se adhieren al cuerpo de una culebra barrada y reptan con ella hacia la madriguera de la memoria abandonando al árbol de la madre patria y a la hermana hormiga a las                                                                                     rachas de viento

en el aire –lacerante locura como una incisión– sangran humo amargo y luz húmeda las telarañas tañen con un agudo sonido a vidrio roto

donde fluye luz oscura –y en las profundidades en un punto de oro– el aterciopelado pergamino del agua cae en cascadas y los esqueletos de los peces cubren este fortuito bordado

este es el misterio del bulbo de algas cercenado del corazón un erizo de mar blanco –arbusto cuando se le toca– olfatea tímidamente  la oscuridad y va hacia ella

y el azúcar quebradizo de la niebla se adhiere como cal a la costa y la sangre asiática recuerda una extensión que el ojo no puede englobar

palabras que la lengua no puede echar a la danza el grosor de su tela translúcida y las olivas negras ornamento de la avispa que no se puede reproducir ni recordar

oscura luz de noche iluminada por conchas y estrellas de mar refulje con perlas y desaparece en el aire aquiltranado se engrosa como la piel de una zebra en olas que parecen surcos la quietud envuelve las líneas en la dorada lámina de un capullo la forma del tiempo circular trazada con tinta una órbita de conciencia –blanca como el hilo de la tela de araña-

las arañas del tiempo y los ratones del tiempo –signos de existencia cubiertos por el musgo de ninguno–al ser                                     resplandecen con la mirada de su ojo verde engullen nuestros pensamientos y salivan sobre nuestra sombra

nos rodea el océano con su jeroglífico ¿quién será el primero en remojar los pies, en caminar sobre el agua? y sólo una vela extinta, como un dedo, muestra la dirección del viento.

Versión del inglés de Laura Emilia Pacheco a partir de las versiones de Richard Burns y Vitaly Chernetsky

Vasyl Makhno es poeta, ensayista y traductor. Nació en Chortkiv y actualmente vive en Nueva York. Es autor, entre otros, de los siguientes libros de poesía:  Liutnevi elehii ta inshi virshi (February elegies and other poems), Lviv, Kameniar 1998; Plavnyk ryby (The fish’s fin), Ivano-Frankivsk, Lileya-NV 2002, 38 virshiv pro N’iu-Iork i deshcho inshe (38 poems about New York and something else), Kiev, Krytyka 2004 y I want to be Jazz and Rock’n’Roll, Ternopil, Krok, 2013.

El vecino rapado de tu infancia

El vecino rapado de tu infancia             nunca creció, desobediente al tiempo             que nos llevara lejos y más lejos de las costas fraternas. Sus suaves y castaños rizos, afeitados para el verano con la navaja de antes de la guerra, nunca volvieron a crecer. No, no se ahogó,             no había, con la excepción del fluir del tiempo, río profundo cerca erosionando costas. Su madre se olvidaba y a veces desde el porche le ordenaba volver de los alegres juegos de los que era difícil volver a casa a tiempo, y él no volvía.             Ni siquiera en la noche.                         Ni siquiera en invierno. Ni cuando tú, mayor, te diste cuenta de que le habías dado a tu hijo el nombre suyo.

Halka, mi cielo, no bloquees la luz         que de por sí escasea, la vida es bella         pero tarde o temprano acaba en un diván entre Lacan y Freud         Halka, la última guerra exorcizó a mujeres, ancianos, niños de nuestros cuerpos          como las oraciones al demonio, y lo que sucedió no fue de miedo;          fue una vacunación en contra del patetismo cursi de la paz, escucha, Halka, millones muertos ha dejado el SIDA           más que la última guerra mas tú y yo estamos vivas—           esto seguro significa algo, después de una separación muy larga perdimos la ternura y todo se volvió hábito ansioso, rápido así que un buen final para la vida          como en ésta, no la pasada guerra, es difícil de imaginar          pero te digo en serio, Halka, créeme— la vida es bella…

Versión al español de Pedro Poitevin a partir de una versión al inglés de Olena Jennings

Profesora de estudios literarios en la Universidad de Lviv, Halyna Kruk ha publicado cinco poemarios y ha recibido tres premios literarios en Ucrania. En el año 2003 ganó el premio internacional Step by Step de literatura infantil. En los años 2003 y 2010 recibió la beca Gaude Polonia para las artes. Sus poemas y cuentos han sido traducidos a veinte idiomas.

Hoy responderás conmovedores y afectuosos mensajes, hojeándolos en la oscuridad, confundiendo las vocales con las consonantes, como la máquina de escribir en una vieja oficina de Varsovia. Las pesadas celdillas refulgen con el oro del que se hila el lenguaje. No te detengas, sólo escribe, mecanografía sobre el vacío espacio blanco, marca a través del             callado sendero negro. En la noche inacabable nadie volverá de las divagaciones, y en el pasto húmedo morirán los olvidados caracoles.

Europa Central está cubierta por un tejido de nieve blanca. Siempre tuve fe en los  impasibles movimientos de los gitanos, no todos han heredado esta moneda desgastada. Si miras sus pasaportes, olorosos a mostaza y azafrán; si escuchas sus decrépitos acordeones que hieden a cuero y a especias árabes, los oirás decir que cuando te vas –sin importar adónde sólo agrandas la distancia, y nunca estarás más cerca que ahora; cuando se extinguen las canciones de los gramófonos, se derraman restos como los tomates de una lata echada a perder.

Cada mañana estalla  el corazón sobrecargado de la época, pero no detrás de estas puertas, no en ciudades quemadas por el sol. El tiempo pasa, pero pasa cerca que, si miras detenidamente, puede verse su pesada deformación, y murmuras oraciones que escuchaste por accidente, y quieres que alguna vez alguien reconozca tu voz y diga: así comenzó la era, se volvió incómoda, pesada como un camión de municiones que deja atrás planetas muertos y transmisores calcinados, dispersa a los patos salvajes en el estanque que huyen volando y su llamado es más potente que el de los camioneros, dios se entromete.

Al elegir qué curso seguir, deberías averiguar, entre otras cosas,      si la cultura de fin de siglo se ha inscrito en el interior de las venas de tu apacible brazo, si se ha enraizado en las espirales de tu cabello espeso, descuidadamente revuelto por el viento,      alborotado por dedos como corrientes de agua tibia en una palangana, como cuentas de arcilla de colores sobre tazas y ceniceros, como un vasto cielo de otoño sobre un trigal.

Versión de Laura Emilia Pacheco a partir de las versiones al inglés de Virlana Tkacz y Wanda Phipps

Serhiy Zhadan es poeta, ensayista y traductor. Vive en Járkov y es también escritor de ciencia ficción. Ha obtenido la Orden Cultural del Mérito Polaco. Entre sus obras destacan Lili Marleen (2009), Heridas de bala y cortadas (2012) y Mesopotamia (2014).

Mira: los ciudadanos de Vasenka no saben que son evidencia de felicidad

en tiempo de guerra, cada uno es un documento arrancado a la risa.

Dios, ese sordo, tiene algo que decir que ni siquiera ellos pueden escuchar–

Me encontrarás, Dios, como el pico de una paloma muda picoteando todas las maneras del asombro.

Si te subes a un techo en la Plaza Central de una ciudad bombardeada, nos verás a mi gente y a mí: un vecino roba un cigarrillo otro regala un perro el sol ilumina una pinta de cerveza.

Versión del inglés de Ernesto Hernández Busto

Ilya Kaminsky nació en Odessa, parte aún de la Unión Soviética, y emigró a los Estados Unidos en 1993. Es autor, entre otros, de Deaf Republic (Graywolf Press) y Dancing In Odessa (Tupelo Press). Ha obtenido varios premios, entre ellos, el Neustadt International Literature Prize y el T.S. Eliot Prize .

Este ataúd es para ti, niño, no tengas miedo, acuéstate Una bala llamada vida firmemente agarrada en tu puño,

No creíamos en la muerte: mira, las cruces son de papel aluminio. ¿Escuchas? ¿Todos los campanarios se arrancaron las lenguas?

No te olvidaremos, confía en eso, confía en eso, con… La confianza corre como sangre por la costura de tu manga

Cantos, oraciones, salmos se hinchan como un bulto en tu garganta En medio de este inverno condenado, que se viste de kaki,  

Y febrero, agarra la tinta y solloza. Y las velas gotean sobre la mesa, en llamas, en llamas…

y cuando a mí me tocó ser asesinada todos empezaron a hablar lituano todos empezaron a llamarme Janucá y me convocaron aquí en su patria

mi dios, dije, no soy lituano mi dios, les expliqué, lo dije en yiddish mi dios, les expliqué, lo dije en ruso mi dios, les dije, en ucraniano

allí donde el río Kalmius desemboca en el Niemen un niño llora en una iglesia

sostener una aguja de silencio en tu boca coser tus palabras con hilo blanco gimotear al ahogarte en saliva no gritar al escupir sangre sostener el agua del habla en tu lengua que gotea como una cubeta oxidada remendar las cosas que todavía sirven coser cruces en las partes más debilitadas como vendas en los heridos en un hospital aprender a buscar las raíces de una vida que aún no conoce su propio nombre

Versiones al español de Petronella Zetterlund de las versiones al inglés de Amelia Glaser y Yuliya Ilchuk

Iya Kiva es poeta, traductora y periodista, residente en Kiev, Ucrania. Es autora de dos libros de poemas: Podal’she ot raya (2018, ‘Cada vez más lejos del cielo’) y Persha storinka zimy (2019, ‘La primera página del invierno). Ha recibido varios premios por sus poemas y sus traducciones.

Aquí el amor ha sido encantado. Aquí la salvia se siembra a sí misma en la tierra. Y las noches tormentosas y tristes, como la salvia, crujen bajo los vientos del otoño. Aquí, en los ríos, el agua, tan imprevisible en invierno, se vuelve cielo azul y los árboles susurran por encima de los ríos —sus voces son pacíficas, con ecos de rosa mosqueta, sedosos y lánguidos. Aquí la estepa se cubre con un cielo oscuro, como un océano cubre doradas e invalorables arenas; y la tierra, aunque sangre, espesa y marrón, es tibia al tacto. Aquí incluso las oscuridades extraviadas se convierten en niebla cierta, con una neblina sanadora se asienta en las curvas y grietas de los campos heridos, exhaustos, congelados en el sueño. Aquí la vida ha sido encantada, y la vida, sorprendentemente, anida en casas con risas de niños, como zorros en madrigueras, con los tempranos cerezos en flor cubre jardines donde los misiles han torcido las raíces, con pequeñas nubes azuladas que marcan el aliento humano en el aire frío. Aquí el amor ha sido encantado, por amor —escucha, no fuego y pólvora— aquí ha sido encantado: muerte, no te muevas, no permitas que este encantamiento acabe.

Versión del inglés de Jacqueline Goldberg y Euro Montero

Kateryna Babkina nació en Ivano-Frankivsk, Ucrania, en 1985. Es poeta, prosista, columnista, guionista, dramaturga y autora de populares libros infantiles. Sus textos han sido traducidos al inglés, sueco, polaco, alemán, hebreo, francés, rumano, checo y ruso. Sus obras se han representado en Kiev, Viena y Ginebra. Varios cortometrajes están basados ​​en sus  historias y en 2016 uno de ellos se presentó en el Festival de Cine de Cannes. En 2021 ganó el premio Angelus de Literatura Centroeuropea.

A partir del artículo de marzo del 2014 en The New York Times de Steven Lee Myers y Alison Smale, “Tropas de Rusia se amasan en la frontera con Ucrania”

Usar solo lenguaje formulaico: la crisis

entre el Kremlin y Occidente. Usar palabras cuantitativas —excesivo,

a gran escala, masivo, masa— con una urgencia que, igual que a un caballo o un perro, sabrás domesticar.

Usar metáforas que emplean la temperatura —erupción, calientes, incendiario—

o fuentes de calor sencillas, como el aceite o la llama, que remiten a ese invierno nombrado, ese frío

que no ha terminado. Construir la potencial gravedad

como se jala un asteroide hacia algo que lo va a quemar

y reducir a polvo, la amenaza de una ruptura profunda—a prueba

de la rabia y la irrupción, el chernozem partido

a la mitad y salvajemente y de manera extendida. Luego,

debatir la integridad territorial de aquello. Interrogar

un país lógico que avienta hombres o una okraina llena de histeria,

una frontera hembra. Introducir alfileres, restringirlo

con tal de afirmar que comprendes la maquinaria de esta tierra,

el lugar donde los huesos-río se juntan con la piel de carbón-tierra. Llamarlo

para Ucrania y fingir que la omisión carece de intención. El artículo

ausente en el eslavo no se notará, pero cuando

crece—como todo silencio debe crecer— y revienta el hielo del río Dnepr,

ese aullido formará una cuña entre la mezcla entre aire y agua:

un montón de pelaje y huesos-sangre congelados, que vuelven a la superficie como una camada de gatitos

que se ahogó aquel verano.

Versión del inglés de Tanya Huntington

Julia Kolchinsky Dasbach llegó a los Estados Unidos desde Dnepropetrovsk, Ucrania, en 1993, como refugiada judía. Investiga la poesía contemporánea sobre el Holocausto, con un enfoque especial en las atrocidades cometidas en los antiguos territorios soviéticos. Es la autora de The many names for mother (Premio Stan and Tom Wick Poetry Prize, 2018) y Don’t touch the bones, ganador del Idaho Poetry Prize en 2019.

La madre de dios –una zorra sostiene al pelirrojo hijo de dios entre sus patas suaves él mira como si acabara de descubrir una mariposa revoloteando sobre el musgo

y un zorro macho de seis dedos quiere decir algo señala algo

y otra zorra Joven santa bárbara observa a dos cachorros alados de pelaje rojo brillante

con una sonrisa zorruna y te mira a los ojos a tus astutos ojos

Versión de Ana García Bergua y Julia Piastro a partir de la versión en inglés de Alan Zhukovski

Myroslav Laiuk nació en Smodna, pero desde los dieciocho años vive en Kiev. Su poesía ha sido influida por el dialecto hutsul y por las tradiciones locales. Entre sus libros se encuentra Agenda online broadsheet (2014), de donde proviene este poema

Anatomía de un asesino